CRÓNICAS DE LA TORRE 5, Diez años después de la muerte de Dana, a la torre llega la noticia de una nueva profecía. Sus moradores, los vivos y los muertos, se verán involucrados en esta última batalla entre voluntad y destino

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andreaneira14
view post Posted on 23/12/2013, 16:55




Buenas,

decir que esta es una continuación de CDLT que acontece unos diez años después del fin de la llamada de los muertos.

Mi sueño es ser escritora y llegar a publicar a algún día así que espero vuestra ayuda y a ver si me podéis a hacer alguna crítica para mejorar ;)

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“Se cierne una amenaza sobre nuestro mundo. Cuando las sombras de aquellos que cayeron en la nada avancen hacia nosotros, las grandes fuerzas que se hundieron en el momento resurgirán reencarnadas. Se establecerá entonces, el último puente entre la tierra y el otro lado y solo él y quien sea capaz de ver en la lejanía nos podrán guiar en el instante final en el que los muertos traten de volver a nosotros para unir realidad y más allá en las mismas tinieblas.”

Presagio anual de Qeela sobre el reinado de la reina Nawin, en el septuagésimo aniversario de su coronación.







Prólogo- El reencuentro.




Aquella noche había tormenta. En el cielo de nubes negras amenazantes brillaba de vez en cuando algún rayo y la lluvia resbalaba como riachuelos por la ladera pedregosa de la montaña.
El extranjero avanzó lo más cerca posible de ella para evitar acercarse al borde del embarrado camino que desembocaba en una caída de cientos de metros.
El frío arreciaba y la ventisca era intensa así que se cubrió aún más con la empapada capa.
No era una buena noche para estar fuera de casa, por suerte la posada debía de estar cerca, se dijo.
En efecto, a la vuelta del camino descubrió una casa solitaria casi colgando de la escarpada pared del precipicio. No era un buen lugar para establecer una posada teniendo en cuenta que se situaba a varios quilómetros del pueblo pese a lo que varias carretas y caballos se encontraban en la entrada.
El extranjero sonrió por debajo de la capucha. Ciertamente la gente que frecuentaba aquel lugar solía tener motivos para no dejarse ver.
El individuo avanzó con soltura entre las monturas y se detuvo dudoso ante la puerta pero decidió mirar por la ventana antes de entrar.
En el interior algunos hombres bebían con salvaje alegría y otros discutían o bailaban en medio de la embriaguez.
Aquel no era el caso de Roldar, él había venido a jugar, sí. Nada mejor que llenar el bolsillo con una buena partida de cartas, pero aquel día no había tenido mucha suerte.
Entre sus contrincantes había varios jugadores habituales cuyas habilidades y argucias conocía bien, pero también se encontraba entre ellos un joven llamado Harald de quien se decía que había hecho un trato con el diablo.
No jugaba muy a menudo, pero nunca había perdido una partida cuando lo hacía. Ganaba todas las apuestas milagrosamente y conseguía siempre las mejores cartas. No importaba lo arriesgado que fuese, Harald apostaba todo su dinero y siempre acababa llevándoselo de nuevo junto con el del resto de los jugadores.
Algunos aseguraban que jugaba poco para que la gente no lo acusase de brujo y las malas lenguas añadían que cubría siempre su mano izquierda con un guante porque temía que viesen en ella la marca de su pacto demoníaco.
Roldar suspiró y se recostó en la silla. Acababa de perder la mitad de su jornal en aquella jugada.
-Creo que debería dejarlo. Mi mujer se enfadará si os regalo el poco dinero que me queda.
-Bobadas. –replicó otro. –Todavía queda mucho por jugar. Además, ¿quién sabe? -le guiñó el ojo. –Tal vez seas tú el afortunado que logre hoy por fin, robarle la fortuna a nuestro querido Harald.
-No estéis tan seguros. –sonrió mordazmente él. – Todavía no ha nacido en este condado nadie capaz de ganarme.
-Puede ser, -le dio la razón un anciano jugador mirándolo misteriosamente. –Al último hechicero lo ejecutaron en la plaza del pueblo hace cerca de veinte años.
Toda la mesa estalló en sonoras carcajadas y alguien bromeó:
-Uy Harald yo que tú vigilaría mi cuello.
-No le hagas caso, el viejo Toby no sabe lo que dice, -contrapuso otro. – pero he de reconocer que yo también tengo curiosidad por saber lo que ocultas bajo ese guante. –señaló.
Esta vez fue el chico quien sonrió con misterio y empezó a repartir las cartas con su mano izquierda para incrementar la tensión.
La partida prosiguió como de costumbre y Roldar tuvo que lamentarse otra vez al perder de nuevo en otra jugada.
-Se acabó. –sentenció cuando tras un largo rato todos los jugadores se acabaron retirando hasta quedar solo él y Harald.
-Te quedan ya solo dos monedas, carcamal. ¿Qué más te da probar suerte?-lo instó el de al lado.
-Me da que son dos monedas más que voy a perder y que mi Hannah se va a enfadar mucho.
-Tal vez sea hoy tu día. –volvió a insistir el de antes.
Roldar miró al supuesto brujo y advirtió, al igual que el resto, que aquel día, pese a haber ganado hasta ese momento, parecía mucho más disperso de lo normal. Suspiró con fastidio:
-Está bien pero tú cargas con la culpa del enfado de mi mujer si vuelvo a casa sin nada.-se volvió hacia Harald-¿Con cuánto vas?
-Con todo, como siempre. –respondió él distraído, con la vista perdida mucho más allá, dirigida hacia el cristal de una de las ventanas de la posada.
Roldar colocó sus dos monedas encima de la mesa y organizó sus cartas y, cuando ya daba por hecho que iba a perder, descubrió que su jugada había sido mejor que la de Harald.
Toda la mesa estalló en aplausos y exclamaciones.
Roldar sintió que se quedaba sin aire.
-¡No me lo puedo creer!-soltó el que estaba a su lado.-¡Roldar has ganado a Harald! ¡A Harald! ¿Sabes lo que significa? ¡Iba con todo! ¡Acabas de duplicar el dinero que ganarías en un año! Jajaja cuando se lo digas a tu mujer…
Se giraron para mirar a Harald pero este no parecía siquiera haberse enterado de lo que acababa de pasar. Sus ojos continuaban fijos en la ventana.
Parecía muy pálido.
-¿Pasa algo? ¿Te encuentras bien?-le preguntó uno de sus compañeros.
El joven pareció despertar de un sueño.
-Ah, sí, sí, estoy bien. –se ajustó el guante de la mano izquierda mientras miraba de nuevo hacia la ventana. –Disculpad, tengo que irme.
Se levantó rápidamente ante la mirada perpleja de sus amigos y se dirigió hacia la puerta que daba a los establos en vez de salir por la puerta principal.
Justo entonces, esta se abrió y apareció un hombre encapuchado chorreando agua. Los paisanos observaron recelosos como se les acercaba.
-Tú, él hombre que estaba jugando con él, -dijo dirigiéndose a Roldar-¿ adónde ha ido el chico?
-¿Harald decís?-dijo Roldar.
-El chico del guante en la mano izquierda.
-Harald. –afirmó Roldar.
-Sí, Harald luego, si lo llamáis así. –sonrió el hombre desde las profundidades de su capa.
-¿Decís entonces que Harald no se llama realmente así? –preguntó el anciano Toby mirando al extranjero sospechosamente.
-Calla, Toby. –lo reprendió un jugador fortachón mientras miraba con el ceño fruncido y los brazos cruzados al desconocido. -¿Para qué lo buscáis? ¿Qué queréis de nuestro amigo?
-Eso no es asunto vuestro. –respondió el extranjero. -¿Dónde está?
-No os lo diremos antes de que no nos digáis qué le queréis.-le replicó pero un movimiento insconsciente de sus ojos hacia la puerta del establo le reveló al desconocido lo que quería saber y sin más dilación empujó a un paisano que se encontraba en medio y dejó atrás la taberna.
El establo de madera y aspecto decrépito estaba prácticamente vacío a excepción de dos caballos situados al fondo, pero el extranjero sabía que era una impresión engañosa. Movió una mano en el aire y susurró unas palabras en lenguaje arcano y entonces pudo advertir la figura del muchacho que se cobijaba entre la paja.
Este trató de correr hacia la salida pero la puerta del establo se cerró sola ante sus narices.
-A lo mejor creíste que podrías engañarme con un hechizo tan burdo. Entonces es que no me conoces bien. Pero te aseguro que ahora tendrás que explicarme lo que está pasando. –susurró.
El chico se volvió hacia él:
-No sé quién eres, ni de qué estás hablando. Déjame marchar.
-¿No sabes qué los hechizos de mimetismo del libro del la tierra son perfectamente superables para un archimago? –dijo haciendo ondear la capa para mostrar debajo de ella los pliegues de una túnica dorada.
Harald palideció al verla pero insistió:
-No soy un hechicero y no entiendo de qué me estás hablando.
El archimago pareció reírse:
-¿Quién eres pues?
-Harald. –respondió él.
-Por supuesto, solo eres un pueblerino que ha venido a gastarse su dinero en juego y bebida. –su voz adquirió un matiz más irónico. –Supongo que esos inocentes amigos tuyos están absolutamente convencidos de que te llamas así y de que no conjuras las cartas para robarles el dinero.
Los ojos verdes del joven relucieron desafiantes pero no respondió.
-Creo que te equivocas de persona. –afirmó con aplomo.
Debajo de la capa el hechicero esbozó una media sonrisa.
-Yo creo que no. ¿Qué ocultas debajo de ese guante, Harald?
Harald trató desesperadamente de retroceder pero el archimago lo acorraló contra la pared y a pesar de que el chico se revolvió como una anguila logró sacarle el guante de cuero negro.
El hechicero observó con expresión triunfal la mano deforme y con la carne abrasada que quedó a la vista.
Se alejó un poco y contempló pensativo al joven que sentado contra la pared del establo, sobre la paja, miraba al suelo con una extraña expresión en el rostro.
-Parece que al final no me equivocaba, Harald. –susurró el encapuchado. –¿o quizás debería llamarte…?
Él levantó la cabeza y se incorporó con brusquedad y alarma:
-¡No lo digas! ¡No digas ese nombre! ¡Ya no soy él! ¡Ya no me llames así! –chilló salvajemente.
El archimago lo miró largamente:
-¿Pretendes hacer como si nada hubiera pasado?
-Pretendo olvidar y empezar de nuevo, por eso he venido aquí. Por eso me he buscado otro nombre y otra identidad. –susurró débilmente antes de dejarse caer de nuevo sobre el suelo.
-Es un error tratar de huir del pasado.
-¿Has venido para decirme eso? –replicó con fiereza el chico fulminándolo con la mirada.
El rostro del hechicero se endureció:
-No. He venido para que me expliques por qué están pasando algunas cosas. Y no pienso irme hasta que lo hagas.
-¿Qué cosas? –arqueó una ceja el joven con curiosidad.
-Quiero que me digas donde está Dana.
El chico soltó una carcajada pero se calló al ver el amago de hacer un hechizo que hacía su interlocutor. Suspiró:
-Como si lo supiera.
-Estoy seguro de que lo sabes.
Alzó la cabeza y lo miró con rebeldía:
-Y aunque lo supiera, ¿por qué iba a decírtelo? Ni siquiera te conozco.
El hechicero volvió a sonreír por debajo de la capucha.
-En eso te equivocas, sí que me conoces.
Harald lo miró con nuevos ojos. Era cierto que la voz del encapuchado le resultaba conocida, muy similar a la de un chico que había sido compañero de estudios de él, una vez, pero la personalidad no se correspondía. El aprendiz que él recordaba era un amante de los libros, pacífico y sosegado; un poco inseguro a veces y, la actitud del hombre que se encontraba delante de él no cuadraba demasiado con él perfil.
-Tal vez, mejor así. –dijo el archimago mientras se quitaba la capucha mostrándole su rostro.
Y entonces Harald supo que su intuición había sido correcta. No era fácil reconocerlo porque el tiempo había pasado más por el archimago que por él. Había perdido todo el cabello y lucía una cabeza totalmente lampiña; debajo de sus anteojos se acentuaban además, las ojeras.
El archimago lo miró con seriedad:
-¿Contestarás ahora a mis preguntas? ¿Me explicarás dónde están Dana y Shi-Mae? Y sobre todo, ¿Por qué demonios… estás… vivo?
Pero Harald seguía demasiado impresionado para procesar lo que acababa de decirle el hechicero:
-¿Conrado? –quiso asegurarse.
El hechicero asintió y añadió lúgubremente:
-Volvemos a encontrarnos… Morderek.
 
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